
Una vez más repetida la historia de ojos inyectados en la propia impotencia. Y hasta la angustia de sentirse siempre cerca de la meta en cada una de las etapas. Las estaciones se sucedieron sin perder el aventón aunque no haya sido suficiente para envolverse en el perfume del paraíso. Nada más parecido a los destinos prefijados, excepto por el modo del contorno.
Nada haría suponer que la paridad del rendimiento, aun sin figura y contra toda cortapisa, sería el arma más imperativa. Pero sin dudas el camino estaba en la guarda del tesoro y no impulsarlo hacia más allá del arco iris para caer en manos ajenas. Y sin sonrojarse, poniendo la obligación en otras tierras, fue a la carga con más esmero que resolución.
Se multiplica. Mirando hacia atrás para observar lo desandado duele. Ese mismo fuego se transformó en el sello imborrable del compromiso, y será el combustible más volátil en la osadía y la intrepidez prometida en la fusión posterior al cartelazo.
Sería muy útil darle una re significación inmediata al estandarte defendido. Sobre todo para acrecentar el sentido de pertenencia, revalorizar el legado a las nuevas camadas y que éstas últimas puedan revisar los antecedentes comprendiendo de qué se trata inmolarse por la causa.
Mientras tanto, en un par de semanas la ocasión será propicia para la épica. Allí donde la sal vuela con el viento, en el mismísimo lugar donde las olas traen hasta la orilla la heroicidad de 44 almas, habrá lugar para el último round. En el que deben demostrar lo próximo que estuvo la gloria y lo distante que residió el apoyo funcional. Oportunidad lista para levantar hacia el cielo el puño cerrado, ese que garantiza definir la vista bien al frente.