![](https://static.wixstatic.com/media/f39b7b_bbe229be23e04c47b8f2a459dfc8b19b~mv2.jpg/v1/fill/w_116,h_75,al_c,q_80,usm_0.66_1.00_0.01,blur_2,enc_auto/f39b7b_bbe229be23e04c47b8f2a459dfc8b19b~mv2.jpg)
El fin de semana jugaron Old Resian y Atlético del Rosario en M15. El partido venía siendo parejo cuando Plaza anotó un try, claro en un principio. El árbitro miró a su asistente y tras el guiño lo convalidó. Hasta ahí podría ser una jugada normal de cualquier partido. Lo cierto es que una vez que sucedió esto, el capitán de Plaza y autor de la conquista, el hooker Valentín Marciali, se acercó al juez y le pidió que lo anulara ya que su octavo había cometido un knock on en la jugada previa. Eso se llama fair play. Fue un gesto para destacar y aplaudir de un chico que mama lo que el rugby se ufana de tener a diferencia de otros deportes grupales: valores. Para aquellos que no conocen el deporte, al rugby se lo relaciona con la brusquedad de sus movimientos, con la vehemencia e incluso con la violencia. Sin embargo esa es una falsa imagen. El rugby es otra cosa. Cualquiera que juega a algo quiere ganar pero no siempre el fin justifica los medios y el caso de Marciali bien vale el ejemplo. El rugby ayuda a forjar la personalidad de los jóvenes. Desde el primer entrenamiento, los chicos incorporan virtudes como respeto, lealtad, amistad, esfuerzo, espíritu de sacrificio, orden, educación, orgullo, responsabilidad, diversión y también una identificación con el club. En momentos complicados como los que se viven, el rugby volvió a dar una lección demostrando que sus valores están vivos. Fue un gesto. Simple, si se quiere, pero que vale más que un campeonato.
Fuente: La Capital - Pablo Mihal