Un aspecto poco abordado de la realidad del juego, salvo para las ocasiones en que, recuerdos distorsionados de por medio, se intenta efectuar comparaciones entre distintas épocas y diferentes jugadores.
La situación de todos los deportes, en particular los colectivos, comprende un denominador común. A partir de la premisa básica del deporte, más alto, más fuerte, más rápido, es que se han incrementado en porcentajes muy altos los desplazamientos y los volúmenes de los participantes. No solo recorren más espacio en la misma unidad de tiempo sino que lo hacen más rápido y desplazando un kilaje muy superior. La evidente conclusión que surge de todas estas cuestiones es que existe un notorio perdedor: el espacio.
La primera respuesta del rugby a este desafío fue la de utilizar el camino más corto. Rugby de muchas fases en espacios cortos y sobre el eje profundo. Sin necesidad de desarrollar grandes destrezas se conseguía conservar la posesión y avanzar seguro pero lentamente. El segundo perdedor aparece sin buscar demasiado: la belleza del juego.
Alguna vez en que este mismo interrogante había tocado la curiosidad de los entendidos del futbol le plantearon al entonces seleccionador argentino, Carlos Bilardo, sobre la posibilidad de reducir en uno el número de jugadores o, en su defecto, agrandar los campos de juegos. Contestó que no estaba de acuerdo. Que la solución pasaba por mejorar la calidad de las destrezas.
Por una vez, y no fueron muchas, coincidí con el famoso narigón. No se si el mundo del rugby escuchó al doctor. Pero los caminos coincidieron. Los líderes del rugby mundial son aquellos que ostentan el mejor y mayor número de destrezas.
Cuando Los Pumas iniciaron el camino hacia el super profesionalismo el mentor contratado, Graham Henry, apuntó en la misma dirección. Palabras más o palabras menos afirmó que el plantel de élite contaba solo con tres o cuatro jugadores con las destrezas requeridas para ese nivel.
Se trabajó en ese sentido y, luego de un arduo proceso, el seleccionado pudo competir en la élite de igual a igual. El cuarto puesto logrado en Inglaterra lo corrobora.
Que pasó fronteras adentro? En el rugby casero y cotidiano. Algunos elegidos tuvieron clases particulares a partir de la articulación de los planes de alto rendimiento.
La media ha mejorado pero no al ritmo esperado. La razón: existe un enorme número de entrenadores a los que yo llamo donantes de tiempo. Tiempo bien robado al trabajo o a la familia pero que genera la satisfacción de pertenecer y hacer docencia. Es lo que tienen y lo ofrecen generosamente. No alcanza. La manta es corta. Si se dedican a estudiar y teorizar encuentran límites a la hora de la presencia.
No hace mucho escuché de un renombrado colega una expresión que me llegó: Profesionalizar la pasión. Traducido, coincide con el párrafo precedente. Entrenar con un programa, una progresión y sesiones programadas en el sentido buscado. Fácil de decir. Difícil de concretar.
Algunas instituciones han empezado a explorar ese camino. Profesionales rentados a cargo de la formación, seguimiento y apoyo de los entrenadores. Creo que por ahí anda la cosa. Facilitar la capacitación permanente de los que están en la trinchera.
Las destrezas (todas para todos, ya que casi no quedan destrezas específicas) son la clave del rugby moderno. La llave del progreso está ahí.
La seguimos. Hablar de rugby (o escribir) puede ser adictivo.